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domingo, 1 de marzo de 2009

C A P I T U L O S 11, 12, 13 y 14

C A P I T U L O 11

En la historia del paganismo, frecuentemente los padres mataban a sus hijos sobre los altares de sus dioses para apaciguar su ira u obtener sus favores. Pero ahora vemos algo todavía más extraño: Padres Cristianos forzando a sus hijos a entrar en los templos y a los pies de los ídolos de Roma, bajo el concepto falaz de educarlos. Mientras el padre pagano destruye la vida temporal de su hijo, el padre Cristiano destruye su vida eterna. El pagano era consecuente. El creía en el poder omnipotente y santidad de sus dioses; sinceramente PENSABA que ellos gobernaban el mundo y que bendecían tanto a la víctima como a los que las ofrecían.

Pero, ¿Dónde está la firmeza del Protestante que sacrifica a su hijo en los altares del Papa? ¿Será cierto que cree en su santidad o en su supremo e infalible poder? Entonces, ¿Por qué no va él mismo a postrarse a sus pies? Los Protestantes dicen, como pretexto, que los superiores de los colegios y los conventos les han asegurado que sus convicciones religiosas serán respetadas y que no les dirá ni les hará nada para quitar ni estremecer la religión de sus hijos.

Nuestros primeros padres no fueron menos cruelmente engañados por las palabras seductivas de la serpiente que los Protestantes por las promesas engañosas de los sacerdotes y monjas de Roma.

Yo mismo presencié esta promesa hecha por nuestro superior a un padre quien era un juez en Nueva York. Varios días después, ese mismo superior me dijo: —Tú sabes algo de inglés y este joven sabe suficiente francés que pueden entenderse. Intenta hacerlo tu amigo y condúcelo a nuestra santa religión. Su padre es un hombre de mucha influencia en los Estados Unidos y este hijo único es heredero de una inmensa fortuna. Habrá grandes resultados para el futuro de la Iglesia en los Estados Unidos como consecuencia de su conversión.

Yo repliqué: —¿Ha olvidado usted la promesa que hizo a su padre de nunca decir ni hacer nada para conmocionar o quitar la religión de este joven?

Mi superior sonrió ante mi simplicidad y dijo: —Cuando hayas estudiado teología, sabrás que el Protestantismo no es una religión, sino la negación de la religión. Protestar no puede ser la base de ninguna doctrina. Así que, cuando prometí al Juez Pike que las convicciones religiosas de su hijo serían respetadas y que no haría nada para cambiar su fe, le prometí la cosa más fácil en el mundo, puesto que prometí no entrometerme con algo que no existe.

Cegado por el razonamiento de mi superior, me dediqué a hacer de ese joven amigo un buen Católico-romano. Probablemente hubiera tenido éxito si una grave enfermedad no le hubiera forzado a regresar a casa.

Protestantes que leen esto tal vez se indignarán contra semejante engaño, pero su desprecio debe ser para ustedes mismos. El superior Sr. Leprohon fue honesto, él actuó conforme a principios que él pensó ser buenos y legítimos y gustosamente hubiera dado hasta la última gota de su sangre en su defensa. El sacerdote de Roma no es el traidor aquí; el Protestante que quiere que su hijo sea educado por un Jesuita, es quien no tiene nada de religión. No hay nada más ridículo que oír a tal hombre rogar que respeten a sus principios religiosos. No es el sacerdote de Roma que es despreciable y traicionero a sus principios, sino es el Protestante que traicionó a su Evangelio y a su propia conciencia por educar a su hijo con los siervos del Papa.

Cuando yo estuve en la Iglesia de Roma, frecuentemente hablamos de la necesidad de hacer esfuerzos super-humanos para atraer a los jóvenes Protestantes a nuestros colegios y conventos como el medio más corto y único de dominar más pronto al mundo. Los mismos sacerdotes de Roma se glorían de que más de la mitad de los alumnos de las monjas son hijos de Protestantes y que setenta por ciento, tarde o temprano, llegan a ser los discípulos más firmes y los verdaderos pilares del papado en los Estados Unidos.

—Pero, —dicen algunos Protestantes, —¿Dónde podemos conseguir mayor seguridad para proteger la moral de nuestras hijas que en esos conventos? Las caras de las buenas monjas, sus sonrisas angélicas, aun de sus labios parece fluir un perfume celestial. ¿No son éstas las señales infalibles de que nada contaminará los corazones de nuestros queridos hijos al estar bajo el cuidado de esas monjas santas?

¡Sonrisas angélicas! ¡Labios que destilan perfume celestial! ¡Expresiones de paz y santidad de las buenas monjas! ¡Atractivo ilusorio! ¡Cruel engaño!

¡Burla de comedia! Sí, todas esas sonrisas angélicas, todas esas expresiones de gozo y felicidad, no son más que carnadas para engañar a los hombres honestos pero demasiado confiados.

Por largo tiempo creí que había algo real en toda la exhibición de paz y felicidad que vi en las caras de muchas monjas. Pero cuán pronto desaparecieron mis ilusiones cuando leí con mis propios ojos un libro de las reglas secretas del convento. Una de sus reglas es que siempre, especialmente en presencia de extranjeros, deben mostrar una apariencia de gozo y felicidad aun cuando su alma esté inundada de tristeza y dolor. Los motivos dados para poner así una máscara continuamente son asegurar la estimación y respeto de la gente e inducir a más jóvenes a entrar en el convento. Frecuentemente el corazón de la pobre monja está lleno de dolor y su alma ahogada en un mar de desolación, pero está obligada por juramento a siempre parecer gozosa.

¡Ay! Si los Protestantes supieran como yo, cuánto sangran los corazones de esas monjas, cuánto sienten mortalmente heridas esas pobres víctimas del Papa y cómo casi todas mueren a una temprana edad, quebrantadas de corazón, llorarían al ver su profunda miseria. En lugar de ayudar a Satanás a mantener esos tristes calabozos entregándole su dinero y sus hijos, los dejarían desmoronar en el polvo y así parar los torrentes de lágrimas silenciosas y amargas que esas celdas ocultan.

—Pero, —dice alguien, —la educación está tan barata en el convento. Yo contesto: Si costara la mitad del precio, costaría el doble de su valor. Las cosas baratas siempre llevan precios demasiado altos. Intelectualmente la educación en un convento es completamente nulo. El gran objetivo del Papa para las monjas es cautivar y destruir su inteligencia.

¿Qué clase de educación moral podrá una joven recibir de una monja que cree que puede vivir como le dé la gana, que nada malo le puede suceder ni en esta vida ni en la venidera con tal que sea devota a la Virgen María?

Que lean los Protestantes “Las Glorias de María” por San Ligorio, un libro que se halla en las manos de todo sacerdote y monja y entonces entenderán qué clase de moralidad se practica y se enseña dentro de los muros de la Iglesia de Roma.

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C A P I T U L O 12

La palabra EDUCACIÓN es una palabra hermosa. Viene del latín educare que significa levantar de los grados mas bajos hasta las esferas más altas de conocimiento. El objetivo de la educación entonces es alimentar, ampliar, levantar, iluminar y fortalecer la inteligencia.

Cuando un Protestante habla de educación, la palabra se usa y se entiende en su sentido verdadero. Cuando manda a su hijito a una escuela Protestante, desea honestamente que su inteligencia se eleve en conocimiento tan alto como sea posible. Cuando el hijo del Protestante haya adquirido un poco de conocimiento, quiere adquirir más, igual que el águila entresaca sus alas para volar más alto. Una ambición noble y misteriosa se apodera de su alma juvenil. Empieza a sentir algo de esa sed insaciable de conocimiento que Dios mismo ha puesto en el pecho de todo descendiente de Adán. Por tanto, debiera ser una obligación tanto para Católico-romanos como para Protestantes ayudar al alumno en su vuelo. Pero, ¿Es así? No.

Cuando los Protestantes mandan sus hijos a la escuela, no ponen trabas a su inteligencia. El escolar Protestante progresa de la batida tímida hasta el vuelo confiado y audaz, de una región de conocimiento a otra más alta hasta perderse en aquel océano de luz, verdad y vida que es Dios.

¡Las naciones del mundo que son verdaderamente grandes, verdaderamente poderosas y verdaderamente libres, son Protestantes! Son las naciones avanzadas en los rangos de progreso, ciencia y libertad; dejando muy atrás las naciones desafortunadas cuyas manos están atadas por las despreciables cadenas de hierro del papado.

El joven escolar Católico-romano nace con la misma inteligencia despierta que el Protestante; es dotado por su Creador con los mismos poderes mentales que su vecino Protestante; tiene las mismas aspiraciones nobles implantadas por Dios. Igual que el Protestante, lo mandan a la escuela para recibir lo que llaman “educación”. Al principio, entiende la palabra en su verdadero sentido; va a la escuela con la esperanza de ser elevado tan alto como permitan su inteligencia y esfuerzo personal.

Pero aquí empiezan las desilusiones y tribulaciones del alumno Católico-romano. Lo más alto que es permitido alcanzar es el nivel de los dedos gordos de los pies del Papa. El Papa es, supuestamente, la única fuente de ciencia, conocimiento y verdad. Su conocimiento es el último límite de aprendizaje y luz que el mundo puede alcanzar. No se permite saber ni creer lo que Su Santidad no sabe ni cree.

El 22 de junio de 1663, Galileo fue obligado a caer de rodillas en súplica para escapar de la muerte cruel ordenado por el Papa. El firmó con su propia mano la siguiente retractación: —Yo abjuro, maldigo y detesto el error y la herejía del movimiento de la tierra, etc.

Ese hombre instruido tenía que degradarse y jurar una mentira, que la tierra no se mueve alrededor del sol. Así, las alas de esa águila gigante fueron cortadas por las tijeras del Papa. Pero Dios no permitió que ese intelecto gigante fuese enteramente estrangulado por las manos sangrientas de aquel enemigo de la luz y la verdad, el Papa. Suficiente fortaleza y vida permanecieron en Galileo para permitirle decir cuando se levantó: —¡Esto no impedirá el movimiento de la tierra!

El decreto infalible del Papa infalible, Urbano VIII, contra el movimiento de la tierra fue firmado por los cardenales Felia, Guido, Desiderio, Antonio Bellingero y Frabriccio. Dice: “En el nombre y por la autoridad de Jesucristo, la plenitud del cual reside en su Vicario, el Papa, declaramos que la proposición de que la tierra no es el centro del universo y que se mueve con movimiento diurno es absurda, filosóficamente falsa y errónea en la fe.”

¡Qué cosa tan gloriosa para el Papa de Roma ser infalible! ¡El sabe infaliblemente que la tierra no se mueve alrededor del sol! y ¡Qué cosa más bendita para los Católico-romanos ser gobernados y enseñados por semejante ser infalible! Consideren la consecuencia de ese decreto infalible en la siguiente acta de humilde sumisión de dos célebres astrónomos Jesuitas, Lesueur y Jacquier: “Newton supone, en su tercer libro, la hipótesis de que la tierra se mueve alrededor del sol. Las proposiciones de ese autor no se pueden explicar, excepto por la misma hipótesis; así que, somos forzados a actuar con un carácter que no es nuestro. Pero declaramos nuestra entera sumisión a los decretos de los Sumo Pontífices de Roma contra el movimiento de la tierra.” (Newton’s Principia Vol. III pág.450)

Aquí ven a dos Jesuitas instruidos, que han escrito una obra factible para comprobar que la tierra se mueve alrededor del sol, temblando ante las amenazas de muerte del Vaticano, someterse a los decretos de los Papas de Roma contra el movimiento de la tierra. Estos dos Jesuitas cultos dicen la más despreciable y ridícula mentira para salvarse de ese gran extinguidor de luz cuyo trono está en la ciudad de siete colinas.

Si Newton, Franklin, Fulton o Morse hubieran sido Romanistas, sus nombres se hubieran perdido en la oscuridad que es la herencia natural de los miserables esclavos de los Papas quienes desde la infancia les dicen que nadie tiene el derecho de usar su “juicio privado”, ni inteligencia ni conciencia en la investigación de la verdad. Hubieran permanecido mudos e inertes a los pies del moderno y terrible dios de Roma, el Papa.

Pero ellos eran Protestantes. En esa palabra grande y gloriosa “Protestante” está el secreto de los descubrimientos maravillosas que han cambiado la faz del mundo. ¡Ellos eran Protestantes! Sí, pasaron su niñez en escuelas Protestantes donde leyeron un libro que les dijo que fueron creados a la imagen de Dios y que ese gran Dios envió a su Hijo eterno, Jesús, para libertarnos de la servidumbre de los hombres. Ellos leyeron en ese libro Protestante (porque la Biblia es el libro más Protestante en el mundo) que el hombre tiene no solamente una conciencia, sino también una inteligencia para guiarle. Aprendieron que esa inteligencia y esa conciencia no tienen otro amo, ni ninguna otra guía, ni ninguna otra luz aparte de Dios. En los muros de sus escuelas Protestantes, el Hijo de Dios escribió las palabras maravillosas: “Venid a mí, Yo soy el camino, la luz y la vida.”

¿Por qué las naciones Católico-romanas no sólo quedan estancadas, sino decaen? Vayan a sus escuelas y observan los principios que siembran en las mentes de sus desafortunados esclavos y tendrán la clave a ese triste misterio. ¿Cuál es la primera lección diaria enseñada a los niños? ¿No es que el crimen más grande que un hombre puede cometer es seguir su juicio privado? Esto significa que tiene ojos, oídos e inteligencia, pero no puede usarlos sin arriesgar ser eternamente condenado. Sus superiores, el sacerdote y el Papa, tienen que ver por él, oír por él y pensar por él. Si esto parece ser una exageración, permítanme forzar a la Iglesia de Roma a venir aquí y hablar por sí misma.

Aquí están las palabras textuales del supuesto “Santo” Ignacio de Loyola, fundador de la sociedad de los Jesuitas: “En cuanto a la santa obediencia, esta virtud tiene que ser perfecta en todo aspecto: en ejecución, en voluntad e intelecto. Ella se impone con toda celeridad, gozo espiritual y perseverancia, persuadiéndonos que todo es justo; suprimiendo todo pensamiento repugnante y juicio propio en la obediencia específica; que cada uno se persuade que el que vive bajo la obediencia debe ser movido y dirigido, bajo la Providencia Divina, por su superior COMO SI FUERA UN CADÁVER (perinde acsi cadáver esset) que se deja ser movido y dirigido en cualquier dirección.”

Ustedes me preguntan: —¿Qué utilidad tendrán millones de cadáveres morales? ¿Por qué no dejarlos vivir? La respuesta es fácil. El gran y único objetivo de los pensamientos y las maquinaciones del Papa y los sacerdotes es elevarse por encima del resto del mundo. Ellos quieren estar aún más alto que Dios mismo. Refiriéndose al Papa, el Espíritu Santo dice: “El cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios.” (2 Ts. 2:4)

Para alcanzar su objetivo, los sacerdotes han convencido a sus millones y millones de esclavos que son meros cadáveres; que no deben tener ni voluntad, ni conciencia ni inteligencia propia. Cuando hayan hecho una pirámide de todos aquellos cadáveres inmóviles e inertes, tan alta que su cúspide entra a la misma habitación de las antiguas divinidades del mundo pagano; ahí se colocan a sí mismos y a sus Papas por encima y dicen al resto del mundo: -¿Quién de ustedes es tan alto como nosotros? ¿Dónde habrá reyes y emperadores con tronos tan elevados como los nuestros? ¿No estamos en la cúspide de la humanidad?

—¡Sí, sí! —respondo yo a los sacerdotes de Roma, —están altos, efectivamente muy altos. Su trono está más alto que cualquier que conozcamos. ¡¡Pero es un trono de cadáveres!!

Permítanme poner ante sus ojos otro trozo de la enseñanza Jesuita de “Los Ejercicios Espirituales” por su fundador Ignacio de Loyola: “...debemos siempre mantener como principio fijo que lo que veo ser blanco, creo ser negro si las autoridades superiores de la Iglesia así lo definen.”

Todos saben que es un deseo declarado de Roma tener la educación pública en manos de los Jesuitas; según ella, ellos son los mejores maestros modelos. ¿Por qué? Porque ellos más audazmente y más exitosamente que cualquier otro de sus maestros, aspiran a la destrucción de la inteligencia y conciencia de los alumnos. Cuando un hombre ha sido entrenado suficiente tiempo por ellos, se convierta perfectamente en un cadáver moral. Sus superiores pueden hacer con él lo que les dé la gana. Escucha las palabras de ese Papa “infalible” Gregorio XVI en su celebrada Encíclica del 15 de Agosto de 1832: “Si la santa Iglesia así lo requiere, sacrificaremos nuestras propias opiniones, nuestro conocimiento, nuestra inteligencia, los sueños espléndidos de nuestra imaginación y las realizaciones más sublimes del entendimiento humano.”

Después de considerar estas ideas anti-sociales de Roma, el Sr. Gladstone escribió recientemente: “Ningún complot más astuto fue jamás diseñado contra la libertad, la virtud y la felicidad de la humanidad que el Romanismo.” (“Carta a Earl Aberdeen”)

Ahora, Protestantes, ¿Empiezan a comprender la grande distancia que hay entre la palabra “educación” entre ustedes y el significado de la misma palabra en la Iglesia de Roma? Por educación ustedes quieren decir elevar al hombre al la esfera más alta de la virilidad. Roma quiere decir bajarlo más abajo que los brutos estúpidos. Por educación ustedes quieren decir enseñar al hombre que él es un agente libre; que la libertad dentro de las leyes de Dios y de su país es una dádiva a todos; que es mejor morir un hombre libre que vivir como esclavo. Roma quiere enseñar que hay un solo hombre que es libre, el Papa; todos los demás nacen para ser sus miserables esclavos en pensamiento, voluntad y acción.

Yo les pregunto, —Protestantes americanos, ¿Qué será de su país hermoso si permiten a la Iglesia de Roma enseñar a sus hijos? ¿Qué futuro de vergüenza, degradación y esclavitud preparan para su país, si Roma tiene éxito en forzarlos a apoyar a tales escuelas? ¿Qué clase de mujeres saldrán de las escuelas de monjas quienes les enseñan que el nivel más alto de perfección en una mujer es cuando obedece a su superior, el sacerdote, ¡En todo lo que él mande! o que tu hija nunca tendrá que dar cuenta a Dios por las acciones que haya hecho para agradar y obedecer a su superior, el sacerdote, el obispo o el Papa? Nuevamente, ¿Qué clase de hombres y ciudadanos saldrán de las escuelas de los Jesuitas que creen y enseñan que un hombre alcanza la perfección de virilidad sólo cuando es un perfecto cadáver espiritual ante su superior?

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C A P I T U L O 13

La teología es el estudio del conocimiento de las leyes de Dios. Desde luego, no hay tema más noble. Cuán solemnes eran mis pensamientos y elevadas mis aspiraciones en 1829 cuando comencé mi curso de estudio de teología en Nicolet. Yo suponía que mis libros de teología me darían un conocimiento más perfecto de la santa voluntad de Dios y de las leyes sagradas.

Los teólogos principales estudiados eran Bailly, Dens, Santo Tomás y sobre todo, Ligorio, quien desde entonces ha sido canonizado. Nunca abrí uno sin ofrecer una ferviente oración a Dios y a la Virgen María por luz, tanto para mí como para la gente cuyo pastor llegaría a ser.

Pero, ¡Cuán sorprendido me quedé al descubrir que para aceptar los principios de los teólogos, tendría que abandonar toda la verdad de justicia, honor y santidad! Cuán largos y dolorosos esfuerzos me costó extinguir uno por uno las luces de verdad y de razón encendidas en mi inteligencia por la mano de mi Dios misericordioso. Porque estudiar la teología en la Iglesia de Roma es aprender a hablar falsamente, engañar, cometer robo y perjurarse.

Yo sé que Católico-romanos y aun Protestantes valiente y fervientemente negarán lo que ahora digo. Sin embargo, es la verdad. Mis testigos no pueden ser contradichos por nadie. Mis testigos hasta son “infalibles”. Son ni más ni menos los mismos teólogos Católico-romanos aprobados por los Papas infalibles. Estos mismos hombres, que corrompieron mi corazón, pervirtieron mi inteligencia y envenenaron mi alma como han hecho con todo sacerdote de su Iglesia, serán mis únicos testigos para testificar en contra de ellos mismos.

Ligorio afirma que es lícito mentir bajo juramento. En su tratado sobre juramentos dice: “Es una opinión cierta y común entre todos los divinos que por una causa justa, es lícito usar equivocación (engaño) y confirmarla (la equivocación) con juramento ... Ahora una causa justa es cualquier fin honesto para preservar cosas buenas para el espíritu o cosas útiles para el cuerpo.” (Mor. Theol. t. ii. cap. ii. de jur. p.316, n.151. Mech. 1845)

Ligorio dice que una mujer culpable de adulterio puede negarlo bajo juramento si lo ha confesado a un sacerdote. El dice: “Si sacramentalmente confesó adulterio, ella puede contestar: ”Soy inocente de este crimen” porque es quitado por la confesión.” Ligorio mantiene que es lícito cometer un crimen menor para evitar un crimen mayor. El dice: “Así que, Sánchez enseña que es lícito persuadir al hombre determinado a matar a alguien, a cometer robo o fornicación.” (Mor. Theol. t.ii. lib.iii. cap.ii. n.57, p.157)

Ligorio también justifica a un sirviente que ayuda a su amo a cometer fornicación trayéndole una escalera. Los Salmanticenses dicen que es lícito para un sirviente robar a su amo si siente que su salario no es adecuado.

Ligorio en Dubium II, considera cuánto será la cantidad de propiedad robada necesaria para constituir un pecado mortal. El dice: —Si alguien en cierta ocasión sólo roba una cantidad moderada ... sin la intención de adquirir una cantidad notable ni de dañar demasiado a su prójimo por varios robos, él no peca gravemente, ni estos juntos constituyen un pecado mortal; no obstante, después que llegue a una cantidad notable, por retenerlo, puede que cometa un pecado mortal. Pero aun este pecado mortal puede evitarse si no puede restituirlo o si tenga la intención de hacer restitución inmediatamente. (Mor. theol. t.iii. p.257, n.533. Mech. 1845.)

Los teólogos de Roma nos aseguran que es lícito y aun imperativo ocultar y disfrazar nuestra fe: “Cuando te preguntan concerniente a tu fe, no sólo es lícito, sino frecuentemente es más conducente a la gloria de Dios y la utilidad de tu prójimo ocultar la fe que confesarla. Por ejemplo, si ocultándola entre herejes (Protestantes) podrás realizar mayor bien; o si por la confesión de la fe más males sigan, como algún peligro, la muerte o la hostilidad de un tirano o tortura. Por tanto, frecuentemente es precipitado ofrecerse voluntariamente.” (Mor. Theol. t.ii. p.817, n.14. Mech. 1845.)

El Papa tiene el derecho de libertar de todo juramento: “En cuanto a un juramento hecho para un objeto bueno y legítimo parece que no debe haber ningún poder capaz de anularlo. Sin embargo, cuando es para el bien del público, asunto que está bajo la jurisdicción directa del Papa, quien tiene el poder supremo de la Iglesia, el Papa tiene pleno poder para libertar de ese juramento.” (Santo Tomás, Quest 89 art. 9 vol.IV.)

Los Católico-romanos tienen, no sólo el derecho, sino la obligación de matar a los herejes: “Cualquier hombre excomulgado queda privado de toda comunicación civil con los fieles de tal manera que si no es admitido, no pueden tener ninguna comunicación con él, como dice el siguiente verso: —Se prohíbe besarlo, orar con él, saludarlo, comer o hacer algún trato con él.” (San Ligorio, vol. IX, p.62)

“Aunque los herejes no deben ser tolerados ... tenemos que soportarlos hasta que por una segunda amonestación, sean vueltos a la fe de la Iglesia. Pero aquellos que después de una segunda amonestación permanecen obstinados en sus errores, no sólo tienen que ser excomulgados, sino entregados a los poderes seculares para ser exterminados.”

“Aunque los herejes que se arrepienten siempre tienen que ser aceptados a penitencia cuantas veces caigan, no por eso deben ser permitidos a gozar de los beneficios de la vida. Cuando caen nuevamente, son admitidos al arrepentirse, pero la sentencia de muerte no será quitada.”

“No es necesario obedecer a un rey si es excomulgado. Cuando un hombre es excomulgado por su apostasía ... todos sus súbditos son libertados del juramento de lealtad por el cual se habían obligado a servirle.” (Santo Tomás vol.4, p.91)

Todo hereje y Protestante será condenado a muerte y todo juramento de lealtad a un gobierno Protestante o hereje es anulado por el concilio de Letrán celebrado en 1215 D.C.:

“Excomulgamos y anatemizamos a toda herejía que se exalta en contra de la santa fe Católica ortodoxa, condenando a todo hereje por cualquier nombre que sea conocido; porque aunque se defieren de cara, son atados juntos por la cola. Tales condenados serán entregados a los poderes seculares existentes para recibir su debido castigo. Si son laicos, sus bienes serán confiscados; si sacerdotes, primero serán degradados de sus órdenes respectivos y sus propiedades aplicadas a la iglesia donde han oficiado. Los poderes seculares de todo grado y rango serán advertidos, inducidos y si sea necesario obligados por censura eclesiástica a jurar que se esforzarán hasta lo sumo en defensa de la fe y en extirpar (matar) a todos los herejes denunciados por la Iglesia que se encuentren en sus territorios. Y siempre que una persona asume el gobierno sea espiritual o temporal, será obligado a acatar este decreto.

“Si algún señor temporal, después de ser amonestado y requerido por la Iglesia, se descuidara de limpiar su territorio de la depravación hereje, el metropolitano y los obispos de la provincia se unirán para excomulgarlo. Si permanece contumaz y rebelde por un año entero, el hecho será dado a conocer al Pontífice Supremo, quien declarará a sus vasallos libertados de su voto de lealtad desde ese momento en adelante y el territorio será otorgado a los Católicos para ser ocupados por ellos con la condición de exterminar a los herejes y preservar a dicho territorio en la fe ...

“Decretamos, además, que todo el que tenga trato con los herejes, especialmente el que los reciba, los defienda o los aliente, será excomulgado. No será elegible a ningún puesto público, ni será admitido como testigo. Tampoco tendrá el poder de legar su propiedad por testamento, ni heredar ninguna herencia. No podrá presentar ninguna demanda contra nadie, pero cualquier persona podrá presentar demanda contra él. Si es un juez, su decisión no tendrá ninguna fuerza ni ningún caso será traído ante él. Si es defensor, no será permitido defender ningún caso; si es abogado, ningún instrumento hecho por él será aceptado como válido, sino que será condenado con su autor.”

Yo tendría que escribir varios tomos grandes para citar a todos los doctores y teólogos Católico-romanos que aprueban el mentir, el perjurar, el adulterio, el robo y hasta el homicidio para la mayor gloria de Dios y el bien de la Iglesia de Roma. ¡Pero he citado suficientes para los que tienen ojos para ver y oídos para oír! Con semejantes principios, ¿Es de extrañar que todas las naciones Católico-romanos, sin una sola excepción, han declinado tan rápido? El gran Legislador del mundo, el único Salvador de las naciones, Jesús, ha dicho: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.”

Una nación puede ser grande y fuerte solamente según las verdades que forman la base de su fe y vida. “La Verdad” es el único pan que Dios da a las naciones para que prosperen y vivan. El engaño, la hipocresía, el perjurio, el adulterio, el robo, y el homicidio son los venenos mortales que matan a las naciones.

Entonces, entre más un pueblo cree y venera a los sacerdotes de Roma con su teología, más pronto ese pueblo se debilitará y caerá. Un gran pensador ha dicho: “Entre más sacerdotes, más crímenes.” Porque, entonces, más manos intentarán derribar los únicos fundamentos seguros de la sociedad.

¿Cómo podrá algún hombre estar seguro de la honestidad de su esposa, mientras cien mil sacerdotes le dicen que ella puede cometer cualquier pecado con su vecino para evitar que él haga un crimen peor o cuando le aseguran que aunque sea culpable de adulterio, puede jurar que es tan pura como un ángel?

¿Qué aprovechará enseñar los mejores principios de honor, decencia y santidad a una señorita, cuando está obligada a confesarse muchas veces cada año ante un sacerdote soltero quien está atado por conciencia a darle las lecciones más infames de depravación, bajo el pretexto de ayudarle a confesar todos sus pecados?

¿Cómo asegurarán los derechos de justicia y cómo pueden los jueces y jurados proteger a los inocentes y castigar a los culpables mientras a los testigos, cien mil sacerdotes les dicen que es lícito ocultar la verdad, dar respuestas equivocadas y aun perjurarse bajo mil pretextos?

¿Cuál gobierno puede encauzar al pueblo a caminar con paso firme en los caminos de luz, progreso y libertad, mientras hay un poder oscuro sobre ellos que tiene el derecho a cualquier hora, día o noche, romper y disolver todos los juramentos más sagrados de lealtad?

Armado con su teología, el sacerdote de Roma se convierte en el enemigo más peligroso e implacable de toda verdad, justicia y libertad. Es el obstáculo más formidable a todo buen gobierno y frecuentemente, sin darse cuenta, es el peor enemigo de Dios y del hombre.

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C A P I T U L O 14

Si yo escribiera todos los trucos ingeniosos, las mentiras piadosas y perversiones de la Palabra de Dios usados para seducir a las pobres víctimas a meterse en la trampa del celibato perpetuo, necesitaría diez tomos grandes en lugar de un capítulo corto.

El Papa lleva a su víctima a la cumbre de un monte alto y ahí le muestra todos los honores, alabanza, riquezas, paz y gozo de este mundo, además el trono más glorioso del cielo y luego le dice: —Todas estas cosas te daré si postrándote a mis pies me prometes sumisión absoluta y juras a nunca casarte para servirme mejor.

¿Quién puede desechar cosas tan gloriosas? Pero las desgraciadas víctimas a veces tienen presentimientos de las terribles miserias que les esperan.
Acercándose a la hora fatal de ese voto impío, las víctimas juveniles frecuentemente sienten su corazón desmayar de terror. Con las mejillas pálidas, labios temblorosos y con sudor frío, preguntan a sus superiores: —¿Será posible que nuestro Dios misericordioso requiera de nosotros semejante sacrificio?

¡Ay! ¡Cómo se vuelven elocuentes los sacerdotes despiadados en pintar al celibato como el único camino seguro al cielo o en mostrar los fuegos eternos del infierno preparados para recibir a los cobardes y traidores que después de haber puesto su mano al arado del celibato, miran hacia atrás! Los inundan con mil mentiras piadosas acerca de los milagros hecho por Cristo a favor de sus vírgenes y sacerdotes. Les hechizan por numerosos textos de las Escrituras, aunque no tienen la más mínima referencia a semejantes votos.

El más extraño de esos abusos se hace usando Mateo 19:12: “Pues hay eunucos que nacieron así desde el vientre de su madre y hay eunucos que son hechos por los hombres y hay eunucos que a sí mismos se hicieron eunucos por causa del reino de los cielos. El que sea capaz de recibir esto que lo reciba.”

En una ocasión, nuestro superior hizo un llamamiento muy urgente a nuestros sentimientos usando este texto. Pero el discurso aunque entusiasta, parecía deficiente de lógica. En la siguiente conferencia, después de pedir respetuosamente y obtener permiso para expresar nuestras objeciones, hablé de la siguiente manera:

—Querido y venerable señor, usted nos dijo que las palabras de Cristo, “Hay eunucos que a sí mismos se hicieron eunucos por causa del reino de los cielos.” nos muestra que tenemos que hacer el voto de celibato y hacernos eunucos si queremos llegar a ser sacerdotes. Nos parece que este texto en ninguna manera prueba que un eunuco esté más cerca del reino de Dios que aquel que obedece las leyes de Dios. Si no era bueno para el hombre estar sin esposa cuando era tan santo y fuerte en el huerto del Edén, ¿Cómo puede ser bueno ahora que está tan débil y pecaminoso?

—Nuestro Salvador muestra claramente que él no encuentra ningún poder santificador en el estado de eunuco. Cuando el joven rico le preguntó: “Buen Maestro, ¿Qué debo hacer para tener la vida eterna?” ¿Acaso le contestó el Buen Maestro en el lenguaje que oímos de usted hace dos días? ¡No! Le dijo: “Guarda los mandamientos”. ¿No diría lo mismo a mí también?

¿Dónde está el mandamiento en el Antiguo o el Nuevo Testamento que manda a hacer el voto de celibato? Cristo nunca menciona esa doctrina. ¿Cómo podemos entender las razones o la importancia de una obligación tan estricta y antinatural en nuestros días, cuando sabemos muy bien que los mismos santos apóstoles vivían con sus esposas y el Salvador nunca les reprendió por ello?

Esta libre expresión agarró desprevenido a nuestro superior. Me contestó: —¿Es todo lo que tienes que decir?

—No es todo lo que queremos decir, —respondí, —pero antes de seguir, agradeceríamos recibir de usted la luz que deseamos sobre las dificultades que acabo de manifestar.

—Has hablado como un verdadero hereje, —replicó el Sr. Leprohon con viveza desacostumbrada, —y si no esperara que hayas dicho estas cosas para recibir la luz, te denunciaría inmediatamente al obispo. Tú hablas de las Escrituras tal como hablaría un Protestante. Apelas a ellas como la única fuente de verdad y conocimiento Cristiano. Has olvidado las Santas Tradiciones cuya autoridad es igual a la de las Escrituras.

—Tienes razón en decir que la Biblia no impone los votos de celibato, pero lo encontramos en las Santas Tradiciones. El voto de celibato es ordenado por Jesucristo a través de su Iglesia. Las ordenanzas de la Iglesia comprometen a nuestras conciencias igual como los mandamientos de Dios dados en el monte Sinaí. No hay salvación para aquellos que no someten su razón a las enseñanzas de la Iglesia.

—No necesitas entender todas las razones por el voto de celibato, pero estás obligado a creer en su necesidad y santidad, puesto que la Iglesia ha pronunciado su veredicto sobre esa cuestión. No te corresponde discutir, porque tu deber es obedecer a la Iglesia así como los hijos sumisos obedecen a su madre benigna.

—Pero, ¿Quién puede dudar, cuando recordamos que Cristo ordenó a sus apóstoles a separarse de sus esposas? ¿No dijo San Pedro a nuestro Salvador, “He aquí, lo hemos dejado todo y te hemos seguido?” (Mateo 19:27) ¿No es el sacerdote el verdadero representante de Cristo en la tierra? En su ordenación, ¿No es el sacerdote hecho igual y en un sentido superior a Cristo? Porque cuando celebra la misa, él manda a Cristo y el mismo Hijo de Dios está obligado a obedecer. El tiene que bajar del cielo cada vez que el sacerdote le ordena. El sacerdote lo encierra en el sagrario o lo saca de ahí según su propia voluntad. Al llegar a ser sacerdotes, serán elevados a una dignidad más alto que la de los ángeles. El sacerdote tiene que levantarse a un grado de santidad mucho más alto que el nivel de la gente común, a una santidad igual a la de los ángeles. ¿No ha dicho nuestro Salvador, hablando de los ángeles: “No se casarán ni se darán en casamiento”? Puesto que los sacerdotes son mensajeros y ángeles de Dios en la tierra, ciertamente tienen que vestirse de santidad y pureza angelical.

—¿No dice San Pablo que la virginidad es superior al matrimonio? ¿No muestra este dicho del apóstol que el sacerdote, cuyas manos tocan diariamente el cuerpo divino y la sangre de Cristo, debe ser casto y puro, no contaminado por los deberes de la vida casada? Jesucristo a través de su santa Iglesia manda este voto a sus sacerdotes como el remedio más eficaz contra nuestra naturaleza corrupta.

—Gustosamente contestaré sus demás objeciones si tienen más, —dijo el Sr. Leprohon.

—Le agradecemos mucho sus respuestas, —le contesté, —y aprovecharemos su bondad para presentar algunas observaciones adicionales. Pero primero, gracias por aclarar que la Palabra de Dios no apoya a los votos de celibato, sino que solamente las tradiciones de la Iglesia dictan su necesidad y santidad. Nos parecía que usted deseaba que creyéramos que estaba fundado en las Santas Escrituras. Si nos permite, hablaremos de las tradiciones en otra ocasión y nos limitaremos hoy a los textos que usted mencionó a favor del celibato.

—Cuando Pedro dice: “Hemos dejado todo”, nos parece que no tenía la intención de decir que había abandonado para siempre a su esposa por medio de un voto. Porque San Pablo dice positivamente, después de muchos años, que Pedro todavía tenía a su esposa y que vivía con ella, no sólo en su casa, sino que viajaba con ella cuando predicaba el Evangelio. Las palabras de las Escrituras no pueden ser opacadas por alguna astuta explicación ni por ninguna tradición.

—Aunque usted ya sabe las palabras de Pablo sobre ese tema, permítame leerlas: “¿Acaso no tenemos derecho de comer y beber? ¿No tenemos derecho de traer con nosotros a una hermana por mujer como también los otros apóstoles y los hermanos del Señor y Cefas?” (I Cor. 9:4,5) Al decir San Pedro: “hemos dejado todo” no podría significar que nunca viviría con su esposa como hombre casado. Evidentemente las palabras de Pedro significan solamente que Jesús tenía el primer lugar en su corazón y que todo lo demás aun los objetos más queridos como su padre, madre y esposa eran secundarias en sus afectos y prioridades.

—El otro texto que mencionó acerca de los ángeles no parece referirse al tema. Cuando nuestro Salvador habla de hombres que son como los ángeles y que no se casan, se refiere al estado de los hombres después de la resurrección. Si la Iglesia tuviera la misma regla para nosotros no tendríamos ninguna objeción. Usted nos dice que el voto de celibato es el mejor remedio contra las inclinaciones de nuestra naturaleza corrupta. ¿No es extraño que Dios nos dice que el mejor remedio que El había preparado contra esas inclinaciones está en las bendiciones del santo matrimonio? (I Cor. 7:2) Pero ahora nuestra Iglesia ha encontrado otro remedio más de acuerdo a la dignidad del hombre y la santidad de Dios: el voto de celibato.

Nuestro venerable superior, ya no pudiendo ocultar su indignación, me interrumpió bruscamente diciendo: —Lamento sumamente el haberte dejado seguir hasta aquí. Esto no es una discusión Cristiana y humilde entre Levitas jóvenes y su superior para recibir de él la luz que desean. Es una exposición y defensa de las doctrinas más herejes que jamás he oído. ¿No te da vergüenza intentar hacernos preferir tu interpretación de las Santas Escrituras a la de la Iglesia? ¿Es a ti o a su santa Iglesia que Cristo prometió la luz del Espíritu Santo? ¿Eres tú quien enseñas a la Iglesia o la Iglesia tiene que enseñarte a ti? ¿Eres tú quien gobernarás y guiarás a la Iglesia o es la Iglesia quien te gobernará y te guiará a ti?

—Mi querido Chíniquy, si no hay un gran cambio muy pronto en ti y en los que pretendes representar, temo mucho por todos ustedes. Muestras un espíritu de infidelidad y rebelión que me asusta. ¡Igual como Lucifer, te rebelas contra el Señor! ¿No temas los dolores eternos de su rebelión?

—Estas apoyando un error Protestante cuando dices que los apóstoles vivían con sus esposas de la manera normal. Es verdad que Pablo dice que los apóstoles tenían mujeres con ellos y que aun viajaban con ellas. Pero las Santas Tradiciones de la Iglesia nos dicen que esas mujeres eran vírgenes santas que viajaban con los apóstoles para ministrar a sus varias necesidades, lavando su ropa interior y preparando sus comidas como las sirvientas que los sacerdotes ocupan hoy. Es una impiedad Protestante pensar o hablar de otra manera. Pero una palabra más y he terminado. Si ustedes aceptan la enseñanza de la Iglesia y se someten como hijos obedientes a esa Madre Santísima, ella les levantará a la dignidad del sacerdocio; a una dignidad mucho más arriba de reyes y emperadores en este mundo. Si la sirven con fidelidad, ella les asegurará el respeto y la veneración de todo el mundo mientras vivan y les procurará una corona de gloria en el cielo.

—Pero si rechazan sus doctrinas y persisten en sus opiniones rebeldes y escuchan a su propia razón engañosa en lugar de la Iglesia al interpretar las Santas Escrituras, se convertirán en herejes, apostatas y Protestantes. Llevarán una vida de deshonra en este mundo y serán perdidos por toda la eternidad.

Nuestro superior se salió inmediatamente después de estas palabras fulminantes. Después de su salida, algunos de los alumnos de teología se reían a carcajadas y me dieron las gracias por haber luchado tan valerosamente y ganado una victoria tan gloriosa; Pues, había confundido a mi superior, pulverizando todos sus argumentos. Dos de ellos, repugnados por la lógica absurda de nuestro superior, salieron del seminario pocos días después. Si yo hubiera escuchado a mi conciencia, hubiera salido del seminario el mismo día.

La razón me dijo que el voto de celibato era un pecado contra la lógica, la moral y contra Dios. Pero yo era un Católico-romano muy sincero. Más que nunca determiné no tener ni conocimiento, ni pensamiento, ni voluntad, ni luz ni deseos, sino solamente aquello que la Iglesia me daría a través de mi superior. ¡Yo era falible, ella era infalible! ¡Yo era pecador, ella era la esposa inmaculada de Jesucristo! ¡Yo era débil, ella tenía más poder que las grandes aguas del océano! ¡Yo no era más que un átomo, ella cubría al mundo con su gloria! Por tanto, ¿Qué podría temer en humillarme a sus pies, vivir su vida, fortalecerme con su fuerza, ser sabio con su sabiduría y santo con su santidad? ¿No me había dicho mi superior repetidamente que ningún error, ningún pecado me sería imputado mientras obedecía a mi Iglesia y andaba en sus caminos?

Con estos sentimientos de perfecto y profundo respeto por mi Iglesia, me consagré irrevocablemente a su servicio el 4 de mayo de 1832 al hacer el voto de celibato y aceptar el oficio de subdiácono.



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