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domingo, 1 de marzo de 2009

C A P I T U L O 5 4

C A P I T U L O 5 4

En 1851 estuvo en contacto conmigo un irlandés llamado D’Arcy McGee, director de The Freeman’s Journal, el diario oficial del Obispo de New York. El Sr. McGee se interesó, no sólo en mi trabajo de colonización, sino también en el movimiento de abstinencia. Se hizo aparente, por medio de nuestra correspondencia, que éramos de la misma opinión.

El Sr. McGee decidió encabezar un proyecto de colonización para guiar a sus compatriotas a las tierras fértiles del Oeste, porque las condiciones de la mayoría de los irlandeses Católico-romanos estaba al mismo nivel de la gente de Beauport antes de mi llegada a esa ciudad.

El asistió a una gran asamblea, compuesta principalmente de sacerdotes, que se reunió en Buffalo, N.Y. en la primavera de 1852. Pero cuánto fue su desengaño cuando vio que la mayoría de esos sacerdotes fue enviado por los obispos de los Estados Unidos para oponerse a y derrotar sus planes.

Aunque él habló con ardiente elocuencia, la mayoría le respondió fríamente: –Nosotros también estamos determinados a tomar posesión de los Estados Unidos, pero tenemos que proseguir con sumo secreto y sabiduría. ¿Qué hace un hábil general cuando quiere conquistar a un país? ¿Dispersa sus soldados sobre las tierras agrícolas para gastar sus energías arando el campo? ¡No! Los mantiene a sus flancos, marchando hacia las fortalezas, las ricas y poderosas ciudades. Las regiones agrícolas se someterán y se convertirán en el premio de esta victoria, sin levantar un solo dedo para sojuzgarlas.

Así es con nosotros. En silencio y con paciencia tenemos que amasar a nuestros Católico-romanos en las grandes ciudades de los Estados Unidos, recordando que el voto del pobre labrador aunque esté cubierto de harapos, tiene tanto peso en la escala de poder como el del millonario Astor y que si tenemos dos votos contra uno suyo, él se volverá tan impotente como una ostra. Multipliquemos entonces nuestros votos; llamemos a nuestros pobres pero fieles Católicos irlandeses de cada rincón de la tierra y los reunamos en los corazones de Washington, New York, Boston, Chicago, Buffalo, Albany, Troy, Cincinnati, etc.

–Bajo la sombra de esas grandes ciudades, los americanos se consideran una gigante raza invencible. Ellos miran a los pobres Católicos irlandeses con sumo desprecio, como si sólo fueran dignos de cavar sus canales, barrer sus calles y trabajar en sus cocinas. Que nadie despierte a esos leones dormidos hoy. Pidamos a Dios que sigan durmiendo algunos años más, despertándose para descubrir a sus votos excedidos en número, mientras les expulsamos para siempre de cada posición de honor, poder y lucro. ¡Hasta que ni un solo juez ni policía será electo si no es por el voto Católico irlandés! ¿Qué pensarán esos supuestos gigantes cuando ni un senador ni miembro del congreso será elegido a menos que se haya sometido a nuestro Santo Padre, el Papa?

–No sólo elegiremos al presidente, sino llenaremos y mandaremos a los ejércitos, tripularemos a los marinos y controlaremos las llaves de la tesorería pública. Entonces llegará el momento para nuestra fiel gente irlandesa de abandonar sus puestos de ponche para convertirse en los jueces y gobernadores de la tierra.

–Entonces, ¡Sí! ¡Entonces gobernaremos a los Estados Unidos y los postraremos a los pies del Vicario de Jesucristo para que él ponga fin a su sistema de educación atea y las leyes impías de libertad de conciencia que son un insulto a Dios y a los hombres!

D’Arcy McGee quedó casi solo cuando hicieron el voto. De allí los sacerdotes Católicos unieron sus legiones Irlandeses en las ciudades grandes de los Estados Unidos de América. Se acerca el día cuando los Jesuitas dominarán cada aspecto de este país. Ya son los amos de New York, Baltimore, Chicago, St. Paul, New Orleans, Mobile, Savannah, Cincinnati, Albany, Troy, Milwaukee, St. Louis, San Francisco, etc. ¡Sí! La rica ciudad de San Francisco, la gran reina de la costa Pacífica está en las manos de los Jesuitas.

Desde los primeros días de los descubrimientos de las minas de oro en California, los Jesuitas tenían la esperanza de convertirse en los amos de esos tesoros inagotables y en secreto hicieron su plan con la más siniestra habilidad y éxito. Los Jesuitas vieron inmediatamente que si podían convencer a los Católicos irlandeses a fijar su residencia permanente allí, pronto serían los amos y gobernadores de esa ciudad de oro, cuyo futuro es tan grande y brillante.

Por consecuencia, hay muy pocos millonarios americanos, alemanes, escoceses o ingleses en San Francisco; pero, hay más de cincuenta irlandeses Católicos. Su banco más rico (Nevada Bank) está en sus manos como también todos los ferrocarriles. Las oficinas principales de la ciudad están llenos de irlandeses Católico-romanos. Casi toda la policía se compone de la misma clase como también las asociaciones militares voluntarias. Su unidad compacta en las manos de los Jesuitas con su enorme riqueza, casi les hacen los amos supremos de las minas de California y Nevada.

Cuando uno conoce la absoluta y abyecta sumisión de los irlandeses Católico-romanos, sean ricos o pobres, a sus sacerdotes y cómo la mente, el alma, la voluntad y la conciencia están firmemente e irrevocablemente atados a los pies de sus sacerdotes, puede comprender fácilmente que los Jesuitas de los Estados Unidos forman una de las corporaciones más ricas y poderosas que el mundo jamás ha visto. Es bien conocido que esos cincuenta millonarios con sus innumerables empleados, por medio de sus esposas y ellos mismos, están continuamente a los pies de sus confesores Jesuitas. Donde gobiernan los Jesuitas, hay poca esperanza para que un verdadero Protestante logre tener una posición lucrativa en los Estados Unidos hoy.

Es a San Francisco a donde deben ir para tener una idea del gran número de organizaciones secretas y poderosas con los cuales la Iglesia de Roma se prepara para el conflicto inminente por el cual ella espera destruir a las escuelas y todo vestigio de derechos humanos y libertades en los Estados Unidos.

Para entrenar más fácilmente a los Católico-romanos y prepararlos para esta lucha, los Jesuitas han organizado un gran número de sociedades secretas. Los principales de ellas son: La Orden Antigua de Iberniano, La Sociedad Irlandés Americana, Los Caballeros de San Patricio, Los Cadetes de San Patricio, La Alianza Mutua de San Patricio, Los Apóstoles de Libertad, Los Hijos Benevolentes de la Isla Esmeralda, Los Caballeros de San Pedro, Los Caballeros de la Rama Colorada, Los Caballeros de la Columskill, El Sagrado Corazón, etc.

Casi todas estas asociaciones secretas son militares y tienen su sede en San Francisco; pero sus soldados rasos están esparcidos por todos los Estados Unidos. Cuentan con 700,000 soldados, quienes bajo el nombre de La Milicia Voluntaria de los Estados Unidos están bajo órdenes de algunos de los generales y oficiales más hábiles de esta república.

Otro hecho en el cual los Protestantes americanos no ponen suficiente atención es que los Jesuitas han sido tan astutos como para colocar la vasta mayoría de generales y oficiales Católico-romanos al mando del ejército y la marina de los Estados Unidos.

Mucho antes de que fuera ordenado sacerdote, yo sabía que mi Iglesia era el enemigo implacable de esta república. Mis profesores de filosofía, historia y teología habían sido unánimes en decirme que los principios y las leyes de la Iglesia de Roma son absolutamente antagónicos a la leyes y principios que son las piedras del fundamento de la Constitución de los Estados Unidos:

1. - El primer principio más sagrado de la Constitución de los Estados Unidos es la igualdad de todo ciudadano delante de la ley. Pero el principio fundamental de la Iglesia de Roma es la negación de esa igualdad.

2. - La libertad de conciencia proclamada por los Estados Unidos es el principio más sagrado que todo ciudadano tiene que apoyar aun a precio de su sangre. Pero todos los Papas y concilios de Roma declaran que la libertad de conciencia es algo sumamente ateo, inmundo y diabólico que todo buen Católico debe aborrecer y destruir a toda costa.

3. - La Constitución Americana asegura la independencia absoluta del poder civil del poder eclesiástico. Pero la Iglesia de Roma declara por medio de todos sus pontífices y concilios que semejante independencia es una impiedad y rebelión contra Dios.

4. - La Constitución Americana da libertad a todo hombre para servir a Dios según le dicta la conciencia. Pero la Iglesia de Roma declara que ningún hombre jamás ha tenido tal derecho y que solamente el Papa puede saber y decir lo que el hombre debe creer y hacer.

5. - La Constitución de los Estados Unidos niega el derecho de cualquier persona moral a castigar a otro por diferir de él en religión. Pero la Iglesia de Roma dice que ella tiene el derecho de castigar con la confiscación de sus bienes y con pena de muerte a aquellos que defieren del Papa en la fe.

6. - Los Estados Unidos han establecido escuelas en todo su inmenso territorio para invitar a la gente a enviar a sus hijos para cultivar su inteligencia y llegar a ser buenos y útiles ciudadanos. Pero la Iglesia de Roma públicamente ha maldecido a todas esas escuelas y ha prohibido a sus hijos asistir, bajo pena de excomunión en esta vida y condenación en la venidera.

7. - La Constitución de los Estados Unidos se basa en el principio de que el pueblo es la fuente principal de todo poder civil. Pero cientos de veces la Iglesia de Roma ha proclamado que este principio es impío y hereje. Ella dice que: Todo gobierno tiene que basarse sobre el fundamento de la fe Católica, con el Papa como su única fuente legítima y el único intérprete infalible de la ley.

Podría citar muchos otros hechos que prueban que la Iglesia de Roma es el enemigo irreconciliable de los Estados Unidos, pero sería demasiado largo. Roma es una víbora; tarde o temprano esa víbora morderá y matará a esta república. Esto fue predicho por Lafayette y ahora se promulga por los grandes pensadores de nuestro tiempo.

El gran inventor de la telegrafía eléctrica, Samuel Morse lo descubrió cuando estaba en Roma y lo publicó en 1834 en su obra notable: Conspiraciones Formuladas Contra las Libertades de los Estados Unidos. El instruido Dr. S. Ireneus Prime en su biografía de Samuel Morse dice: Cuando el Sr. Morse visitó a Italia, conoció a varios eclesiásticos de la Iglesia de Roma y aprendió de ellos que se había formulado una conspiración política contra los Estados Unidos bajo el disfraz de una misión religiosa. Cuando fue a París y disfrutó de la confianza y amistad de Lafayette, declaró sus convicciones al general, quien coincidió con él que en realidad hay una conspiración.

Ese gran estadista y patriota, Richard W. Thomas, Secretario de la Marina, en su obra admirable El Papado y el Poder Civil dice: Nada está más claro que si los principios de la Iglesia de Roma prevalecen aquí, necesariamente caería nuestra Constitución. Los dos no pueden existir juntos. Están en abierto y directo antagonismo contra la ideología fundamental de nuestro gobierno y de todos los gobiernos populares dondequiera.

El elocuente orador español, Castelar, hablando de su propia Iglesia de Roma en 1869, dijo: No hay un solo principio de progreso que no ha sido maldecido por la Iglesia Católica. Esto es verdad en Inglaterra y Alemania como también en todos los países Católicos. La Iglesia maldijo la Revolución Francesa, la Constitución Belaga y a la Independencia Italiana. Ni una sola constitución ha nacido, ni un solo paso de progreso adoptado, ni una reforma solitaria efectuada, que no haya estado bajo los terribles anatemas de la Iglesia.

¿Por qué pedir el testimonio de Protestantes o Liberales que adviertan al pueblo americano contra esa conspiración, cuando tenemos el testimonio público de todos los obispos y sacerdotes para comprobarlo? Leen ustedes mismos la posición adoptada por la Iglesia de Roma hoy. Les presento los siguientes documentos irrefutables:

La Iglesia es necesariamente intolerante. Ella tolera la herejía donde y cuando tiene que tolerarla, pero la aborrece y dirige todas sus energías para destruirla. Una vez que los Católicos ganan suficiente mayoría numérica en este país, la libertad religiosa terminará. Así dicen nuestros enemigos y así creemos. (El Pastor del Valle, diario oficial del Obispo de St. Louis, 13 Nov. 1851)

Ningún hombre tiene el derecho de escoger su religión. (New York Freeman, diario oficial del Obispo Hughes, 26 Ene. 1852)

La Iglesia . . . no acepta y no puede aceptar ni de ninguna manera favorecer la libertad en el sentido Protestante de la libertad. (Catholic World, Abril, 1870)

La Iglesia Católica es el medio y el canal por el cual se expresa la voluntad de Dios. Mientras el Estado tiene derechos, los tiene solamente en virtud de y con permiso de la Autoridad Superior y esa autoridad se expresa solamente por la Iglesia. (Catholic World, Julio, 1870)

El Protestantismo no tiene ni tendrá ningún derecho donde el Catolicismo haya triunfado. (Catholic Review, Junio 1875)

La libertad religiosa se tolera hasta que el opuesto puede efectuarse sin peligro a la Iglesia Católica. (Rt. Rev. O’Conner, Obispo de Pittsburg, PA)

Antes de pasar mucho tiempo, habrá una religión del Estado en este país y esa religión estatal será Católico-romana:

1. - El Católico-romano ejercerá su voto con el propósito de asegurar ascendencia Católica en este país.

2. - Toda legislación tiene que ser gobernada por la voluntad de Dios, infaliblemente indicada por el Papa.

3. - La educación tiene que ser controlada por autoridades Católicas y bajo la educación se incluyen las opiniones del individuo y la palabras de la prensa. Muchas opiniones serán prohibidas por el brazo secular bajo la autoridad de la Iglesia aun hasta guerra y derramamiento de sangre.” (Padre Hecker, Catholic World, Julio 1870)

Fue propuesto que todas las creencias religiosas fueran libres y su adoración practicada públicamente, pero nosotros hemos rechazado este artículo por estar contrario a los cánones y concilios de la primera Iglesia Católica. (Papa Pío VII, Encíclica, 1808)

Uno de los primeros y más solemnes actos del Papa actual, Leo XIII, fue ordenar que la teología de Santo Tomás Aquino fuese enseñada en todos los colegios, seminarios y universidades de la Iglesia de Roma como la enseñanza más exacta de las doctrinas de la Iglesia. El 30 de diciembre de 1880, forcé al Reverendísimo Foley, Obispo de Chicago a traducir del latín al inglés delante del tribunal de Kankakee y jurar que la siguiente ley se encontraba entre las promulgadas por Santo Tomás como una de las leyes actuales e incambiables de la Iglesia de Roma:

Aunque los herejes no deben ser tolerados porque lo merecen, tenemos que soportarlos hasta que por una segunda amonestación sean traídos nuevamente a la fe de la Iglesia. Pero los que después de una segunda amonestación permanecen obstinados en su error, no sólo serán excomulgados, sino serán entregados a los poderes seculares para ser exterminados. (Santo Tomás Aquino, Summa Teología, Vol.IV, P.90)

Después que el obispo había jurado que esto es la verdadera doctrina de la Iglesia de Roma, expresada por Santo Tomás y enseñada en todos los colegios, seminarios y universidades de la Iglesia de Roma, le forcé a declarar bajo juramento que él y cada sacerdote de Roma una vez al año, bajo pena de eterna condenación está obligado a decir en la presencia de Dios en su Breviario (su libro oficial de rezos) que esa doctrina es buena y santa, porque cada palabra había sido inspirada a Santo Tomás por el Espíritu Santo.

El mismo Obispo Foley nuevamente fue forzado por mí delante del mismo tribunal a traducir del latín al inglés el siguiente decreto del concilio de Letrán y reconocer bajo juramento que sigue siendo la ley de la Iglesia de Roma hoy como ha sido desde el día en que fue aprobado, en el año 1215 D.C.:

Excomulgamos y anatematizamos a toda herejía que se exalta contra la santa fe Católica ortodoxa, condenando a todo hereje por cualquier nombre que sea conocido; porque aunque se defieren de cara, son atados juntos por la cola. Tales condenados serán entregados a los poderes seculares existentes para recibir su debido castigo. Si son laicos, sus bienes serán confiscados; si son sacerdotes, primero serán degradados de sus órdenes respectivas y sus propiedades aplicadas a la iglesia donde han oficiado. Los poderes seculares de todo rango y grado serán advertidos, inducidos y, si es necesario, obligados por censura eclesiástica a jurar que se esforzarán hasta lo máximo en defensa de la fe y extirpar a todos los herejes denunciados por la Iglesia que se encuentren en sus territorios. Y siempre que una persona asuma el gobierno, sea espiritual o temporal, será obligada a acatar este decreto.

Si algún señor temporal, después de ser amonestado y requerido por la Iglesia, se descuidara de limpiar su territorio de la depravación hereje, el obispo metropolitano y los obispos de la provincia se unirán para excomulgarlo. Si permanece contumaz y rebelde por un año entero, el hecho será dado a conocer al Pontífice Supremo, quien declarará a sus vasallos librados de su lealtad desde ese momento en adelante y el territorio será otorgado a los Católicos para ser ocupado por ellos con la condición de exterminar a los herejes y preservar dicho territorio en la fe.

Los Católicos que asumirán la señal de la cruz para la exterminación de los herejes, disfrutarán la misma indulgencia y serán protegidos por los mismos privilegios como los que se conceden a los que van al rescate de la Tierra Santa.

Decretamos, además, que todos los que tengan trato con los herejes y especialmente los que los alberguen, defienden o alienten, serán excomulgados. No serán elegibles a ningún puesto público, ni serán admitidos como testigos. Tampoco tendrán el poder de legar su propiedad por testamento, ni de heredar ninguna herencia. No podrán presentar demanda contra nadie, pero cualquier persona podrá presentar una demanda contra ellos. Si es un juez, su decisión no tendrá ninguna fuerza ni ningún caso será traído delante de él. Si es defensor, no se le permitirá defender el caso; si es abogado, ningún instrumento hecho por él se aceptará como válido, sino que será condenado con su autor.

El Cardenal Manning, hablando en el nombre del Papa, dijo: No reconozco a ningún poder civil; no soy el súbdito de ningún príncipe y reclamo todavía más que esto: Reclamo ser el juez y director supremo de las conciencias de todos los hombres, desde el campesino que cultiva los campos hasta el príncipe que se siente en el trono; desde el hogar que vive en la sombra de privacía hasta el legislador que aprueba las leyes de los reinos. Yo soy el único, el último y supremo juez del bien y del mal. ¡ ¡Además declaramos, afirmamos, definimos y pronunciamos que es imperativo, para la salvación de todo ser humano, estar sujeto al Pontífice Romano! ! (Tablet, 9 Oct. 1864)

Sin duda alguna, es la intención del Papa poseer a este país. En esta intención es auxiliado por los Jesuitas y todo prelado y sacerdote Católico.(Brownson’s Review, Mayo, 1864)

Ningún buen gobierno puede existir sin religión y no puede haber religión sin una inquisición, la cual está sabiamente diseñada para la promoción de la verdadera fe. (Boston Pilot, revista oficial del obispo)

El poder de la Iglesia ejercitado sobre los soberanos en la Edad Media no era una usurpación; no se deriva de las concesiones de príncipes ni del consentimiento de la gente, sino que era y es mantenido por derecho divino y cualquiera que lo resiste, se rebela contra el Rey de Reyes y Señor de Señores. (Brownson’s Review, Junio, 1851)

El concilio de Constanza celebrado en 1414 declaró: Cualquier persona que ha prometido seguridad a los herejes no será obligado a cumplir su promesa, cualquiera que sea su oficio. Conforme a este principio, John Huss fue quemado en público, el 6 de julio de 1415, en la ciudad de Constanza, aunque obtuvo un salvoconducto de parte del Emperador.

Los negros no tienen ningún derecho que el hombre blanco está obligado a respetar. (El Jefe del Tribunal Supremo, Taney, Católico-romano, en su decisión Dred-Scott)

Si las libertades del pueblo americano fueran destruidas, caerán por la mano del clero Católico. (Lafayette)

Fíjate, señor, que de esta cámara yo gobierno no sólo a París sino a China, y no sólo a China, sino a todo el mundo, sin que nadie sepa cómo lo hago. (Tamburini, General de los Jesuitas, "Papa Negro")

Es lícito matar a cualquier hombre que ha sido excomulgado por el Papa. (Busembaum Lacroix, Theología Moralis, 1757)

Por tanto, si usted recibe una orden de uno que ocupa el lugar de Dios, debe cumplirla como si viniera de Dios mismo. Se añade también que hay más seguridad de hacer la voluntad de Dios obedeciendo a nuestros superiores que por obedecer a Jesucristo si apareciese personalmente para dar su mandato. (San Ligorio, La Monja Santificada)

Los Jesuitas son una Organización Militar, no una orden religiosa. Su jefe es el general de un ejército, no un mero Padre Abad de un monasterio. La meta de esta organización es: PODER, Poder en su ejercicio más despótico, poder absoluto, poder universal, poder para controlar al mundo por la voluntad de un solo hombre. Jesuitismo es el más arbitrario de los despotismos, el abuso más atroz de autoridad. (Memoria de la Cautividad de Napoleón en Sta. Elena, por el General Montholon, Vol. II, p. 62)

En la alocución de septiembre de 1851, el Papa Pío IX dijo que él considera el siguiente principio como básico: La religión Católica, con todos sus votos, debe ser tan exclusivamente dominante que cualquier otra adoración sea suspendida y desterrada!

Ustedes pregunten: Si el Papa fuera señor sobre este país y ustedes (los Protestantes) en la minoría, ¿Qué les haría? Eso, decimos, depende enteramente de las circunstancias. Si beneficiaría la causa del Catolicismo, les toleraría. Si fuera oportuno, les encarcelaría, les desterraría o probablemente les ahorcaría. Pero estén seguros de una cosa, nunca les toleraría por respeto a sus principios gloriosos de libertad civil y religiosa. (Rambler, uno de los periódicos Católicos más prominentes de Inglaterra, Sep., 1851)

Señor Acton, uno de los barones Católico-romanos de Inglaterra, reprochando a su propia Iglesia por sus leyes sangrientas y antisociales, escribió: El Papa Gregorio VII decidió que no es homicidio matar a personas excomulgadas. Esta regla fue incorporada en el Derecho Canónico. Durante la revisión del código que sucedió en el siglo decimosexto y que produjo un gran volumen de correcciones, este pasaje quedó en firme y aparece en cada edición de Corpus Juris. 700 años ha permanecido y sigue siendo parte de la ley eclesiástica. Lejos de ser una letra muerta, obtuvo una nueva aplicación en los días de la Inquisición y uno de los últimos Papas ha declarado que el asesinato de un Protestante es una obra tan buena que, en sí misma, expía y más que expía el asesinato de un Católico. (The London Times, 20 de Julio, 1872)

En el último concilio del Vaticano, ¿Ha expresado la Iglesia de Roma algún pesar por haber promulgado y ejecutado semejantes leyes sangrientas? ¡No! Al contrario, ella anatematiza a todos los que piensan o dicen que ella hizo mal cuando inundó al mundo con la sangre de millones que ella mandó masacrar para apaciguar su sed de sangre. Ella dice positivamente que tenía el derecho de castigar con tortura y muerte a esos herejes.

Esas sangrientas leyes anti-sociales estaban escritas en las banderas de los Católico-romanos cuando degollaron a 100,000 Waldenses en la montañas de Piedmont y a más de 50,000 hombres, mujeres y niños indefensos en la ciudad de Bezieres. El masacre de 75,000 Protestantes, la noche de San Bartolomé y la semana que la siguió, fue inspirado por esas leyes diabólicas de Roma.

El Rey Louis XIV, en obediencia a esas leyes, revocó el Edicto de Nantes, causando la muerte de 500,000 hombres, mujeres y niños, quienes perecieron por todas las carreteras de Francia y causó la muerte de otro millón de personas en la tierra de exilo donde se habían refugiado.

Esas leyes anti-sociales, hoy, están escritas en sus banderas con la sangre de 10 millones de mártires. Bajo esas banderas sangrientas, 6,000 sacerdotes, Jesuitas y obispos en los Estados Unidos están marchando hacia la conquista de esta república respaldados por sus siete millones de ciegos esclavos obedientes.

Esas Leyes que todavía son las leyes gobernantes de Roma, son la causa principal de la reciente rebelión de los Estados del Sur. ¡S! Sin el Romanismo, la última guerra civil hubiera sido imposible. Jefferson Davis nunca hubiera atrevido a atacar al Norte si no hubiera tenido la firme promesa del Papa que los Jesuitas, los obispos, los sacerdotes y toda la gente de la Iglesia de Roma le ayudarían bajo el nombre y disfraz de Democracia.

Esas leyes diabólicas y anti-sociales de Roma hicieron que un Católico-romano (Bearegard) fuese el hombre escogido para disparar el primer cañón contra Fort Sumpter y contra la bandera de la libertad, el 12 de abril de 1861. Esas leyes anti-cristianas y anti-sociales hicieron que el Papa fuese el único príncipe coronado en todo el mundo tan depravado como para saludar públicamente a Jefferson Davis y proclamarle presidente de un gobierno legítimo...

Estas son las leyes que guiaron a los asesinos de Abraham Lincoln a la casa de una rabiosa mujer Católico-romana, María Surrat, que no sólo era el lugar de reunión de los sacerdotes de Washington, sino que era la misma residencia de algunos de ellos.

Estas sangrientas leyes infernales de Roma alentaron al brazo del Católico-romano, Booth, cuando asesinó a uno de los hombres más nobles que Dios jamás ha concedido al mundo.

Esas sangrientas leyes anti-sociales de Roma, después de cubrir a Europa con ruinas, lágrimas y sangre durante diez siglos, han cruzado los océanos para continuar su obra de esclavitud y desolación, sangre y lágrimas, ignorancia y desmoralización en este continente. Bajo el disfraz y el nombre de Democracia se levantó el estandarte de rebelión en el Sur contra el Norte y causó la caída de medio millón de los hijos más heroicos de América en los campos de matanza.

En el futuro no muy lejano, si Dios no lo impide milagrosamente, esas leyes de hechos oscuros y sangre harán que la prosperidad, la educación y las libertades de esta demasiada confiada nación sean enterradas bajo una montaña de ruinas humeantes y sangrientas. En la cima de esa montaña, Roma levantará su trono y plantará su bandera victoriosa.

Entonces cantará sus Te Deums y voceará sus gritos de júbilo igual como lo hizo cuando escuchó las lamentaciones y clamores de desolación de los millones de mártires en las capitales y grandes ciudades de Europa.